La ruta infinita del pliegue, por Ana María Battistozzi

Valeria Traversa dice que podría pasarse horas plegando papeles. Con la mente en blanco, abstraída del resto del mundo en esa acción. Uno la escucha e imagina sus ágiles dedos, separados del cuerpo en ese incesante aletear de pliegues. Piensa también en los secretos que pueden guardar esas formas que emergen súbita y directamente de sus manos sin someterse a la consciencia.

Deleuze pensó el pliegue al ocuparse del Barroco (o viceversa) y al hacerlo lo consideró su rasgo y función operatoria. Entre curvas y recurvas – escribió- el Barroco lleva el pliegue al infinito. A tal punto que el rasgo del Barroco resulta fundamentalmente ese pliegue que no cesa y crece en dos direcciones que representan dos infinitos próximos que se distancian. El uno dominado por los pliegues de la materia y el otro dominado por los pliegues del alma. ¿Es acaso posible conectar uno y otro?

A diferencia del Barroco, que asumió el desafío de someter la placa de mármol y el plano de la pintura a una ondulación múltiple y sucesiva, Valeria Traversa elige hoy la hoja de papel madera. Una materia sobria que le permite el pliegue justo. La cualidad y la posibilidad de una forma precisa con posibilidades de mostrarse escuetamente compleja. En este sentido podría decirse que, al menos en su inmediata apariencia, los pliegues que componen su obra tienen la virtud de un espíritu austero y casi nada en común con la exuberancia barroca. Aún así, ambos se encuentran atravesados por una temporalidad que los lleva a envolver, desarrollar, doblar, desdoblar, replegar u ordenar concavidades y convexidades, quebrando ángulos y direcciones que no tienen comienzo ni fin. Esa modulación temporal implica un desarrollo de la forma y al mismo tiempo una variación de la materia: un derrotero sin límites, donde todo está por explorar.

Este es el gran desafío que enfrenta la obra de nuestra artista.

Ana María Battistozzi, 2013